La necesidad política del cine experimental


13 trabajos, cortos experimentales filipinos fueron la sesión final del Festival de Cine Radical. Variados en sus propuestas, utilizando diferentes técnicas, diferentes lógicas de articulación, variadas en su manifestación.
Desde los medios se define experimental por oposición, es común que algún periodista de turno utilice al azar el epíteto de experimental, dado su precario bagaje, tildar de experimental todo lo que no entre en el canon de lo narrativo, que es lo que conoce, pero habría que ser más amplio de miras, lo experimental se define por la materia con la que trabaja, aparte de evidenciar la idea que la sustenta, es decir que lo experimental trabaja la materia del cine, hacer evidente la construcción física de un material que proyectado es una experiencia diferente, ya que puede carecer de historia, pero más bien nos hace evidente el espacio y el tiempo, todos elementos inmanentes al hecho cinematográfico.
Lo experimental como afirmación es justamente de carácter político, ver sin las estructuras narrativas, enfrentarse a la posibilidad de diferir, de pensar de otra manera, lo que los cortos filipinos y los trabajos experimentales en general me han dado, es otra posibilidad de imaginar un país del cual tengo vagas referencias, lo que me posibilita conocerlo de otra manera, la ironía y el humor que me plantean películas como Kalawang (Corrosión) o el remontaje de piezas adscritas al más recio genero policial en Bugtong: Ang Sigaw Ni Lalake (Acertijo: Grito del hombre), es una necesidad para hacer una limpia de historias, enfrentarse a la difícil tarea de hacer una exploración propia de lo que las imágenes expresan, manchas que se vuelven algo figurativo, es un respiro, un encuentro con uno mismo, no hay lugar más político entonces que el cine experimental porque me permite ser yo. Uno debe atender a sus faltas y logros el momento en que se deja estar, se deja arropar por una propuesta, disfrutar de las variaciones de un azul o ser consciente del plano en el cual está contenida una imagen es un acto revolucionario, no hay mejor revolución que la que se da al interior de uno mismo, ese incomodo lugar adentro, reestablecer relaciones entre los elementos a partir de una experiencia personal es tal vez una enorme enseñanza del cine experimental para pensar nuestras acomodadas formas de ver.
Es para celebrar entonces que el Radical llegue a su fin con una sesión para ser nosotros mismos, justo cuando estamos en un momento curioso en la cinematografía boliviana, todos los esfuerzos se valoran justamente por eso, el esfuerzo de hacer una película en donde el Estado y el sistema del cine en Bolivia son casi inexistentes. En un panorama desolador cualquier acción concretada, una película, ya es valorable de por sí, lamentablemente el esfuerzo opaca la propuesta.
Se producen películas, pero muchas muy malas, hay mucha ansía pero hay poca propuesta, principalmente por falta de formación y dedicación al oficio del cine, no solo por acceso a medios, sino por desdén de las ideas y énfasis en las historias. El Radical nos ha mostrado la diversidad de propuestas que se están dando en el mundo, pero también por coherencia política, debería consolidarse en el espacio de reflexión sobre nuestras propuestas, sobre los modos de producción, dado que su principio es evidenciar otras maneras de producir.
Este mirarnos debería ser la base más fuerte para construir propuestas, mirarnos nosotros mismos para poder dialogar con el mundo es un valor que puede ser alcanzado desde este festival, habrá muchos escollos y falsos ídolos en el camino, muchos serán los cantos de sirena desde la crítica foránea. Ojala las sesiones de cine experimental proliferen y ese incomodo lugar de ser nosotros pueda consolidarse. juan alvarez-durán

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