Hambre de estética


Nueve meses de lectura y visionados, hemos concluido por este año el grupo de lectura de la Escuela Popular de Cine Libre y del Festival de Cine Radical; después de estos nueve meses de dialogo, de discusión y esbozo de critica quiero reflexionar sobre el cine que vemos (y que nos mira) sus tradiciones y sus referencias.
Con el clásico de André Bazin, ¿qué es el cine?, en el que enfatiza su gusto por el cine del neorrealismo italiano, reencontramos esa modernidad iniciadora por el escollo de la guerra, descubríamos las dimensiones en lo que después el cine propondrá como memoria del siglo XX, su adscripción a la tradición narrativa, el montaje prohibido hace patente esa tensión entre discurso y expresividad, paradoja que nos hace evidente Godard en sus historias del cine, un nuevo realismo al que le cuesta asumir el enorme genocidio y que más bien pide retomar la confianza en la imagen verdadera que la cámara pueda captar. En el bando opuesto Burch nos introducía en la praxis del cine, es decir en su posibilidad, de manipulación y sin pudor, de sus posibilidades creativas, la reflexión vendrá después con Gene Youngblood, y el tan en boga Cine Expandido, punto interesante de reflexión sobre el cine experimental, este texto que nos abre las posibilidades directamente expresivas, un cine que pueda expandir la conciencia a partir del uso de la tecnología, esa expansión interna es una de las soluciones más interesantes a la mecanicidad de la obra de arte que ya nos había augurado Benjamín, esa pérdida del aura por la reproductibilidad encontraba otras posibilidades en su receptividad múltiple. Todos podríamos estar conectados y explorar nuestro espíritu en un mismo espacio, sea una sala de cine o un museo, el cine no es un medio de comunicación, es una materia. Sin mayor preámbulo nos insertamos en la lectura del cine ensayo, algo tan sofisticado, un segundo nivel, una mezcla de cine experimental, narración y reflexión sobre las imágenes, que el libro solo habla de Europa y Estados Unidos como lugares en los cuales se ha desarrollado algo tan “civilizado”.
Justamente esa territorialidad del conocimiento, ese anclaje tan propio de los que detentan el poder de nombrar, haciendo plausible esa tradición tan europea de partir de ellos como medida de lo realizable.
Con Santos Zunzunegui hemos podido esclarecer y puntualizar términos y conceptos que atañen a la identificación hermenéutica del cine narrativo, Pensar la Imagen, nos llegaba en un momento en el que podríamos haber desbordado en divagaciones de índole meramente formal, nos focalizo en la necesidad metodológica y conceptual que no tiene tradición en la crítica boliviana.
De ahí pasamos una revista al fenómeno del cine latinoamericano, primero con un libro de Julio García Espinoza, La Doble Moral del Cine, evidenciaba un triunfalismo post revolucionario muy cubano y con una confianza excesiva en la televisión y su masividad, una provocación formal para repensar el cine desde otra arista más latinoamericana. El contraste el mes siguiente estaba con Glauber Rocha, nos actualizaba desde su pasado a soluciones tan urgentes y necesarias como las de la estética del hambre o la estética del sueño, el tiempo de hablar de revolución, de cambio, planteando su didactismo épico, nos incitaba a la lectura de nuestras tradiciones como punto de una nueva educación que el cine podría aprovechar dados sus medios expresivos. Para concluir, leímos las reflexiones de Jorge Sanjinés en su Teoría y Práctica de un Cine junto al pueblo, a la par de Una estética del encierro, de Sebastián Morales.
Sanjines reflexionaba sobre el vínculo que se podría haber establecido con comunidades en las cuales el cine no estaba presente, aymaras y quechuas principalmente, este tipo de reflexiones, tanto del uso de los cortes como de la manera de distribuir las películas, enmarcadas en un idealismo revolucionario, muy en boga en Bolivia por el nacionalismo ganador.
En Estética del encierro, encontramos el ensayo de Morales que posiciona a un cine boliviano anclado en sus tradiciones narrativas, un cine que tiene la estructura del viaje, pero que en el encierro encuentra la mejor imagen para denotar una emoción, o narrar un sentimiento.
 Con todo este bagaje, descubríamos las afinidades de Sanjinés y sus raíces en el neorrealismo italiano, desde su primeras películas, un muy buen alumno de la técnica rusa de montaje y la narrativa europea, nos hacía evidente que las soluciones de las cuales se valió y a partir de las que reflexiona sobre su oficio en Bolivia, demuestran su inactualidad, soluciones ancladas en un paternalismo profundo, solo el cineasta es capaz de entender el fenómeno social y traducirlo en imagen, denotan una carencia absoluta de visión, tecnológica y política, la horizontalidad en el fenómeno cinematográfico al crear imágenes esta tan ausente que leer este libro para este aspecto es fútil.
Hambre de estética tenemos, hambre de estética aguda y dolorosa, hambre que no se sacia porque digerimos Viejo Calavera, un neorrealismo viejo y caduco, filmado en alta definición pero hueco, o nos indigestamos con copias bien intencionadas, como Engaño a primera vista, hambre de estética tenemos, porque el menú de la crítica está más sabroso que las propuestas que nos ponen en el plato, porque están ausentes las exquisiteces, porque sigue siendo básico lo que nos dan, pre moderno, urgente en su necesidad pero falto de gusto, el sabor que pedimos todavía no ha llegado a nuestro paladar. Hambre de estética que nos permita arriesgar y de proponer, hambre de algo que rompa con una tradición a esta altura folclórica de sus tradiciones indigenistas, hambre de estética tenemos.

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