Teoría y Práctica de un cine Llunku A propósito de Insurgentes de Jorge Sanjines.
Después de presentar Ukamau (1968) a
las comunidades indígenas del altiplano boliviano, Jorge Sanjinés
empieza a reflexionar sobre el lenguaje cinematográfico y su impacto
en grupos humanos que no estaban acostumbrados a ver cine, un cine
sobre lo indígena que no provenía de lo indígena, necesitaba ser
reflexionado de manera profunda, las elipsis y otros recursos
narrativos de esa índole debían ser repensados, buscando soluciones
a esos problemas formales, Teoría y Práctica de un cine junto al
pueblo, libro editado en México al finalizar los años 70 recoge un
buen tanto de esas reflexiones, consolidándose formalmente con el
plano secuencia integral en 1989 en la Nación Clandestina; 23 años
después del aporte al lenguaje audiovisual, 23 años después de la
insurgencia de un cine reconocido y validado por la crítica europea,
nos encontramos con pasmo y tristeza ante el panorama que nos da
Insurgentes en 2012.
Toda relectura de los hechos
históricos, o por lo menos un intento de ello instrumentaliza sus
recursos, el cine como instrumento didáctico de enseñanza
histórica, fue uno de los legados de la escuela soviética hace poco
menos de un siglo, Insurgentes, la última película de Jorge
Sanjinés retoma esos postulados. Insurgentes se apropia de la
Historia de este espacio territorial y construye un “nuevo”
relato de un grupo de personajes para posicionarlos en el ideario de
la nación, es decir darles un cuerpo, cara y gestos, que sean
reconocibles por la masa y que en su función icónica reafirmen un
conjunto de valores. En ésta práctica, simplifica al extremo las
interpretaciones de hechos y situaciones, existen sólo buenos y
malos, existe un progreso lineal de los procesos, la concatenación
de situaciones es el capricho de un demiurgo interesado y miope en un
guión complaciente. Sino cómo entender el fragmento dedicado a
Tupac Katari, héroe indígena que propició un cerco a la ciudad de
La Paz en 1781, un líder que preparó 10 años su insurgencia,
Sanjinés pone a los blancos como los represores de ésta insurgencia
y olvida mencionar a Mateo Pumakahua, otro cacique indígena, que
combatió en el bando español y ayudó a sofocar a sus congéneres
hasta su aniquilamiento. Para cualquier duda, una consulta a
cualquier libro de Alipio Valencia Vega podría darnos más luces
sobre estos complejos seres humanos.
También podríamos hacer alusiones
similares al fragmento dedicado a Villarroel, presidente colgado y
masacrado por la masa enardecida en 1946, Sanjinés nos cuenta que
fue un adelantado y que propiciaba la reforma agraria, intentando
eliminar el pongueaje, argumento similar al de Montenegro, ideólogo
del Nacionalismo Revolucionario, en un pequeño opúsculo editado
años después de la Revolución de 1952 con el título de Culpables;
Sanjinés olvida Llalagua de Roberto Querejazu Calvo, en donde el
autor afirma que Radepa (Razón de Patria), logia militar vinculada
al Nacionalismo Revolucionario, tenía principios fascistas que se
saludaban extendiendo el brazo y que su membrete tenía una simétrica
y bien delineada esvástica.
Estas relecturas de la Historia y su
manifestación audiovisual vemos que son arbitrarias y caprichosas,
porque atienden al interés del poder que las promueve (financia),
Insurgentes es entonces la puesta en escena de todos los valores que
promueve éste poder, evidencia asimismo el lugar de esa mirada y por
ende devela su modo de hacer desde el cine. Ésta puesta en escena de
hombres simples, desligados de las complejidades de su tiempo, son la
mejor manifestación de un didactismo peligroso, pensar de manera
simple siempre será un problema de los tontos.
La Paradoja
Serguéi Eisenstein, cineasta ruso de
la época mencionada, sugería que había que construir una imagen
generalizada de lo que se quería hablar, pero para ello había que
tener esas imágenes primarias que construyan ésta imagen
generalizada, Sanjinés no logra darnos una imagen generalizada de lo
indígena, porque su representación es fallida, es paradójica,
hablar de personajes colectivos cuando sólo habla él, hablar de
comunidad cuando tenemos que identificar a los héroes. Si habíamos
mencionado la función icónica de los personajes, encontramos que al
reconstituir su rol histórico se les quita el habla, en Insurgentes
se habla de valores como el de comunidad, reciprocidad, etc. pero
paradójicamente el único que tiene voz es el director y guionista
de la obra, ese largo plano que nos va acercando a Villarroel
ataviado de los símbolos del poder y sentado esperando su muerte,
mientras un Sanjinés solemne nos relata su osadía y desgracia o ese
conjunto de hombres a caballo disfrazados con ponchos, con un
Sanjinés en correcto español enumerando sus penurias, estos
hombres y mujeres filmados ya vueltos títeres, son solamente eso,
una imagen que trata de representar un discurso. Todos esos
fragmentos articulados para causar lástima, todos esos intentos
fallidos por posicionar una manera diferente de utilizar el poder y
constituir un poder que no los oprima, ésta construcción de la
mirada, esa direccionalidad interesada por demostrar la justa
búsqueda, encierra la paradoja más grande, un blanco mestizo tiene
que relatar sus penurias, tratar de hacer entender a la mayor
cantidad de gente, por ende ser lo más simple y claro posible, que
vienen siendo sojuzgados 500 años, que los blancos son violentos y
traidores, y ahí sabemos en ésta verdad de pantalla que los
indígenas (o los que los querían ayudar, Villarroel para más
datos, son angelicales. Sanjinés conscientemente o fervientemente
obnubilado nos trata de meter en la insurgencia de estos personajes
pero la costura (sutura para Barthes) devela las fallas de su
registro (el maquillaje, los efectos visuales, etc.) no logran crear
ese parecido a lo real, que hace que creamos lo que vemos, que los
actores, los decorados y las vestimentas construyan un tiempo y un
espacio diferente al que vemos fuera de la pantalla, roto el pacto de
verosimilitud con el público, no es un distanciamiento brechtiano,
es un conjunto de hombres y mujeres disfrazados, pintados y movidos
como héroes en una épica fallida, Sanjinés no puede construir un
verosímil contundente, le faltan los medios, el pensamiento simple
le cobra una factura enorme.
Si toda esta
construcción visual, trata de erigir lo indígena como valor más
fuerte para la nación, es decir que todos esos valores no
occidentales son los que deberían ser retomados para el buen
desenvolvimiento de la misma, la decisión de la voz en off en el
despliegue mas didáctico, deviene la desaparición del cine como
lenguaje visual y es el registro burdo de hombres y mujeres
representando un discurso al son de una voz fascinada; una voz que
trata de reescribir el pasado olvidando que el relacionamiento de
blancos e indígenas generó más que mestizos, vínculos afectivos
de diversa índole que no se pueden escindir tan fácilmente. Ese
maniqueo ejercicio sólo alienta rencillas fundadas en el mito de la
colonia, cuando no promueve un análisis crítico de lo que significa
ser indígena, con sus avances y retrocesos, como proyecto de poder.
Es pues entonces que uno mira con pasmo
como el hombre que hizo hace 23 años un aporte importante al
lenguaje cinematográfico, se ha convertido en el instrumento de un
discurso tan pobre, por la simpleza con la que aborda el proceso, la
historia larga en palabras de Silvia Rivera, es con pasmo que uno ve
los tumbos que ha ido dando ese cine que se planteaba diferente, si
la teoría de un cine junto al pueblo ha desaparecido pues la
reflexión que parece ha hecho Sanjinés con esta película subestima
al público, al pueblo, no encuentro otra manera de justificar el
didactismo de la voz, es también un sentimiento de tristeza ver como
se ha erigido más bien una teoría y práctica de un cine llunku, un
cine que indica una manera de ver maniquea, complaciente con el poder
que lo financia, es tristeza lo que a uno lo ataca cuando termina
viendo un teleférico en donde Evo Morales desciende cual enviado de
los dioses y suben en un acto de abducción pachamamesco Tupac
Katari, Villaroel etc., el plano secuencia integral ha desaparecido y
las elipsis han vuelto. juan alvarez-durán
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